Viajero impenitente
maestro de la vida y el canto
recorría el mundo
sin más equipaje que su
guitarra y su talento
había hecho del vagar de una ciudad a otra
su única frontera
su casa era el planeta y su jardín
los escenarios de la Tierra.
Hablar con él
era lo mismo que verlo desde un palco:
había hecho de la conversación
una de las bellas artes.
Sobreviviente de sí mismo
asolado por la muerte
que tantas veces lo tuvo aferrado en un puño
ella -sin darle más tregua-
lo arrebató de este mundo
convirtiéndolo en mártir de la violencia
cuyas balas no sabían de su amor y valentía.
De a ratos -cuando estas lágrimas
de indignación y pena
dejan de nublarme la vista-
de a ratos -plenos de silencio y alta escucha-
yo sigo conversando con Facundo
y me invita -una vez más- a desayunar con él
a quien conocí por uno de esos misterios de la
vida
y siempre acaba con las mismas palabras:
"Como ya no tengo casa, este hotel es mi
casa
y mis amigos no pagan en ella".
En algún hotel de un remoto mundo
me seguirás esperando ¡amigo del alma!
¿Cuándo vendrás a la mía, Facundo entrañable,
que el desayuno se enfría?
RAFAEL ROLDÁN AUZQUI
Córdoba,
9 de julio de 2011